SERVIDUMBRE TRADICIONAL

AMIRA CORRALES

Acostumbradas a un entorno cultural donde la prerrogativa (hecho de recibir mejor trato, tener más derechos o menos obligaciones por razón de edad, cargo o género) es masculina, es comprensible por qué a nosotras como mujeres nos cuesta tanto trabajo entender y una vez entendido, alcanzar relaciones iguales, mejores oportunidades de trabajo, labores equitativas en las tareas de casa y cuidado. Desde las instituciones que se crearon y construyeron pensando en varones, tanto para la atención como para su funcionamiento, las mujeres siempre hemos transitado como satélites, desde los tradicionales roles de género que perpetúan el papel de las mujeres en el servicio para los demás, nos parece normal vernos como secretarias, enfermeras, meseras, educadoras, cocineras, señoras de la limpieza, edecanes…, trabajos que dignifican y se nos retribuye por ello, el problema es que esa visión nos ciega de un universo que también podemos lograr para nosotras, como aquellas fuentes que nos proporcionarían mejores condiciones de vida, bienestar y retribución económica, sólo que hay que romper mandatos culturales muy fuertes en este país, que las mismas instituciones perpetúan: dejar de pensarnos para los demás y comenzar a construirnos para nosotras mismas. Dicho de otra manera, nos han educado para servir, ser amables, dulces y lindas, porque así los hombres quieren estar con nosotras, pero esta forma fue hecha para agradarles a ellos. No se estableció para que nosotras desarrolláramos nuestros sueños, conociéramos el mundo, nos hiciéramos llegar de conocimiento y así, manejarnos por otras ambiciones que sólo casarnos y tener familia, sino para que ellos obtuvieran el beneficio. El beneficio de tener quién les sirva, limpie, tome recados, hago escritos y llamadas, sirva el café. O en la casa, limpie, cuide hijos, haga las compras, el desayuno, comida, cena, lunch, lave y planche ropa, papel de peores condiciones porque no se retribuye monetariamente. Hemos descubierto, que una razón más de disgusto y malestar hacia quienes pensamos críticamente, es justo por intentar terminar con una servidumbre tradicional que encasilla a las personas sólo por ser mujeres, a una vida de servicio y, en muchas ocasiones, gratuito, sólo por mandato de amor.