La historia sugiere sigilo

En el panorama político mexicano la irrupción de nuevas iniciativas siempre genera un escrutinio inevitable. Ricardo Salinas Pliego, el controvertido empresario al frente de Grupo Salinas -que incluye TV Azteca y Elektra-, presentó formalmente el Movimiento Anticrimen y Anticorrupción (MAAC) en un evento privado realizado en las instalaciones de su propia televisora. Esta iniciativa, que se autodenomina una “resistencia cívica” contra lo que califica como un “régimen autoritario”.
La conformación del MAAC, dista de ser un movimiento orgánico surgido de la base social. El núcleo fundador se compone mayoritariamente de figuras vinculadas directamente al ecosistema del empresario. Entre los asistentes al lanzamiento destacaron empleados y colaboradores de TV Azteca, como el conductor Javier Alatorre, el analista Sergio Sarmiento y el periodista Leonardo Curzio, todos ellos con trayectorias en medios que han virado de una postura neutral o incluso complaciente hacia el gobierno de Morena a una oposición frontal en los últimos años.
También estuvo presente Lourdes Mendoza, columnista de El Financiero, quien no solo anticipó el anuncio en su espacio periodístico, sino que fue una de las invitadas clave, revelando una red de influencia mediática que órbita alrededor del exitoso empresario. A este grupo se sumó María Amparo Casar, presidenta de Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI), una organización civil con un historial de denuncias contra actos de corrupción, pero que ha sido criticada por su selectividad en los casos que persigue, a menudo alineados con agendas opositoras. No menos revelador es la participación de Benjamín Salinas Sada, hijo del magnate, lo que subraya el carácter familiar y corporativo del movimiento, más afín a una extensión de los intereses de Grupo Salinas que a una coalición diversa e inclusiva.
Detrás de esta fachada de “sociedad civil”, el MAAC recoge lo que críticos han denominado como “cascajo prianista”: remanentes de los antiguos regímenes del PRI y PAN, fragmentados tras las derrotas electorales ante Morena.  Salinas ha admitido abiertamente su intención de forjar alianzas con partidos de oposición, aunque reconoce la dificultad de unificar a una disidencia desorganizada.  Su inspiración ideológica es igualmente precisa: invoca modelos como Donald Trump (con su retórica antiestablishment), Nayib Bukele (con su enfoque de mano dura contra el crimen en El Salvador) y Javier Milei (con su liberalismo económico radical en Argentina).  Este trío de referencias no es casual; refleja una estrategia que prioriza el espectáculo mediático y la polarización sobre reformas estructurales profundas. Además, el movimiento se estructura en torno a tres ejes declarados libertad, propiedad y verdad. Salinas Pliego no es un outsider desinteresado; su ruptura con Morena coincide milimétricamente con las auditorías del Servicio de Administración Tributaria (SAT), que le reclaman deudas fiscales por créditos evadidos que ascienden a miles de millones de pesos —cifras que, según reportes, superan los 30,000 millones. Esta confrontación ha escalado a un litigio público, con Salinas utilizando sus plataformas mediáticas para atacar al gobierno, mientras que el MAAC emerge como un vehículo para canalizar esa animadversión en una “batalla cultural e intelectual”. Críticos no han tardado en ironizar: el movimiento ha sido apodado “Partido Abonos Chiquitos” (PAC), aludiendo a un esquema para saldar deudas fiscales en pagos fraccionados bajo el disfraz de una cruzada nacional.
Desde una perspectiva no partidista, el MAAC ilustra con precisión quirúrgica las fisuras del sistema político mexicano. Morena, con su mayoría absoluta en el Congreso, ha sido señalada por erosionar contrapesos institucionales —como la independencia judicial o la autonomía de órganos electorales—, pero la oposición tradicional ha fallado en ofrecer alternativas creíbles. Salinas, con su vasta fortuna estimada en miles de millones de dólares y su control sobre uno de los principales conglomerados mediáticos del país, podría teóricamente llenar ese vacío. Sin embargo, su motivación principal parece ser la revancha personal contra un gobierno que le exige rendir cuentas fiscales, en lugar de un compromiso genuino con la sociedad civil. El timing es revelador: el lanzamiento ocurre apenas días después de que Salinas insinuara una posible candidatura presidencial para 2030, convirtiendo al MAAC en un trampolín político disfrazado.
Si Salinas logra expandirlo más allá de su círculo de empleados y aliados —incorporando voces independientes de la academia, ONGS no alineadas y activistas de base—, podría evolucionar en un contrapeso efectivo contra la concentración de poder en Morena. Presentar un decálogo concreto de acciones, como el que ya ha esbozado para enfrentar lo que llama a “la dictadura guinda”, sería un paso hacia la credibilidad. Pero los riesgos son evidentes: un movimiento liderado por alguien señado de evasor fiscal podría perpetuar los mismos vicios que denuncia, erosionando aún más la confianza pública. En última instancia, el MAAC no es solo un síntoma de la polarización mexicana; es un espejo que refleja cómo los intereses oligárquicos se reinventan bajo banderas cívicas. México, agotado por la violencia y la impunidad, merece una oposición meticulosa en su integridad, no una cortina de humo con asteriscos fiscales. ¿Trascenderá Salinas su ego? La historia sugiere cautela, pero la sociedad civil, siempre vigilante, dictará el veredicto.
X: @David_Tenorio